«Yo no hablo de venganzas ni
perdones, el olvido es
la única venganza y el único perdón».
(J. L. Borges)
Yo
presencié todo lo que ahora te escribo. Créeme, no son alucinaciones. Por el
momento –o eso creo- mi cabeza sigue en perfecto estado. Las lecturas de
ficción no han conseguido desatar mi cordura y arrastrarme, suavemente, a vivir
mil aventuras manchegas. Esto solo le sucedió a nuestro amigo, a quien tú y yo
(y otros muchos) le guardamos la mejor lápida en nuestra memoria. Confío en que
leas este relato y saborees cada uno de los ingredientes que llevaron a la
estirpe de las pulgas a la más amarga derrota. Petrarca lo avisó hace más de
quinientos años: «Vostre voglie divise/ guastan del mondo la piú bella parte».
Pero ¿quién es Petrarca? Hablar de poesía está anticuado, ¿para qué sirve? ¡Qué
pedantes somos! En los momentos en los que no hay palabras para los hombres, me
gusta dibujar animales. Confieso que
a veces me siento incomprendido y necesito contárselo a quienes saben obrar con
acierto: los lobos. ¿Existiría Roma sin vosotros?
–¡No! –gritaba una pulga
mientras observaba a su alrededor. Allí, bajo el mismo
pino de la última vez, toda la población
estaba congregada. Después de los cánticos y las alabanzas a aquel pasado 20 de
agosto, a la líder y a su nieta –una heroína-, comenzó el discurso de la más
carismática. Todas, sin excepción alguna, eran víctimas de la leyenda. Los años
habían pasado y habían muerto aquellas que participaron en la batalla. De la
guerra no sabían absolutamente nada. Lo único que conocían era por las
historias que entre ellas se contaban. Unas declaraban que la nieta se transformó
en gigante y los expulsó sin piedad; otras, que la abuela había rejuvenecido y,
con su inteligencia y valentía, los aterrorizó. Vivían de una mentira, pero qué
sería de una sociedad sin mitología o sin dioses. Necesitaban una cultura que
las unificara. Sin embargo, las fábulas, que parecían motivarlas y
fortalecerlas, las iban pudriendo por dentro. Aquel pino las cubría con la
sombra del odio.
–¡No, no y no! –Continuaba la nueva líder con gesto
decidido–. No permitiremos que vuelvan los gigantes. ¡Miradlos!,
debemos acabar con ellos. Demostremos quiénes somos, nuestros antepasados se
sentirán orgullosos. Hoy es el día de recordarles aquella victoria para que
nunca más vuelvan a nuestro territorio.
–Pero están tranquilos, no nos atacan y ni siquiera los
conocemos. ¿Por qué tenemos que luchar? –preguntó una de las
pulgas. El grupo la miró fijamente por última vez. A partir de ese momento
sería completamente ignorada. Su imagen se borró de aquel lugar. Así funciona su
sociedad: se puede escoger entre conformarse y ser aclamada o mostrar desacuerdo
y condenarse al olvido.
–Tenemos que combatir porque son unos asesinos. Toda su
estirpe es asesina. ¡Vamos!
Las
pulgas tomaron la ofensiva. Atacaron juntas y nunca se plantearon ni cómo ni
por qué. Buscaban una nueva experiencia, sentirse como en un pasado se
sintieron las demás. Adrenalina, sangre, sudor, dolor y muerte. Las controlaba
el morbo de rozar los límites de la vida. ¿Quién no ha soñado con agarrar a la muerte,
mirarla a los ojos y gritarle: «Soy más fuerte que tú»? Todo era un engaño. Volvieron
a perder el enfrentamiento, volvieron a ser derrotadas. Pero algún día (y no
estará muy lejano) retornará la leyenda de la victoria y volverán a caer en la
misma trampa.
Magdalena,
¡qué distinta y que parecida es a veces la ficción a la realidad! No he visto a
ninguna pulga y a ningún gigante, pero las guerras absurdas, el olvido y el
engaño me suenan de algo.
Y
como mucho de lo que yo escribo ya está dicho –y de manera más elegante- por
otros. Hoy le robaré otro verso al
maestro Petrarca, para afirmar que yo, al igual que él, vo gridando: Pace, pace, pace.
El ser humano no tiene solución.
Autor: José Ángel
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"Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír".
(George Orwell)